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ensayo del libro "Second Generation Voices"

Enfrentando una pared de silencio

por Bárbara Rogers

Traducido por Adriana Miniño

 

citas de la historia

            “Nos acusan de ser indiferentes ante las leyes de la humanidad. Nos tomamos estos cargos con seriedad. En nuestras metas empresariales, las personas siempre fueron más importantes que el dinero. El total de mis años educativos me condujeron a hacer que nuestra empresa sirviera a los hombres que en ella trabajaban. Y este espíritu llenó toda la fábrica. ¿Puede usted creer que algo que tomó más de cien años crecer pueda desaparecer de repente? Nosotros, los acusados, junto a nuestras decenas de miles de trabajadores y empleados no lo podemos creer. Nos preocupamos y trabajamos duramente bajo condiciones que son muy difíciles de comprender y juzgar retrospectivamente. La indiferencia hacia el destino de nuestros trabajadores es una acusación que no merecemos." Caballeros del Tribunal, los acusados ante ustedes cumplieron con su labor en la guerra, y son conscientes de no haber violado las leyes de la humanidad cuyas bases se apoyan en un mundo unido y pacífico.” (Extraído de la Declaración Final de Alfried Krupp; Juicios de Criminales de Guerra ante el Tribunal Militar de Nuremberg 1325)

            “Los prisioneros en el campo de concentración eran en su mayoría mujeres y jóvenes judías de Hungría y Rumania. Las condiciones en que vivían estaban muy por debajo de toda dignidad humana: los levantaban a las cinco de la mañana.; no se podían asear porque no había agua; tampoco había nada de beber ni de comer, marchaban por tres cuartos de hora apenas vestidas o calzadas, ya fuese bajo la lluvia o la nieve, hasta llegar a la fábrica. Trabajaban de diez a once horas empezando a las 6:00 de la mañana.” (Documento 288, affidávit en condiciones, realizada por Krupp, por el Dr. Jaguar; Sereny 569)

            El siguiente documento que presentó el Sr. Justice Jackson: D-313 (USA 901), fue el testimonio de un doctor polaco en un campo de concentración: “Según entiendo”, dijo Jackson, “éste fue un prisionero de guerra en un campo de trabajo para los polacos, franceses, y luego también para prisioneros de guerra rusos, que también servían a Krupp en Essen. Debo admitir que la distinción [entre campos] a veces puede ser muy escasa: ‘El campo estaba bajo la dirección de la SS y de la Gestapo. Cada día me llegaban por lo menos diez personas cuyos cuerpos estaban cubiertos por magulladuras, debido a las continuas palizas realizadas con tubos de goma, alambres de acero o palos. Se retorcían en agonía por el dolor y yo no tenía medicinas que los ayudara…

           …La comida consistía en una sopa aguada que estaba sucia y arenosa; otras veces eran restos de repollo podrido y apestoso. Los platos en los que comían eran también usados como retretes, pues estaban muy cansados o muy débiles para salir. Muchas personas morían a diario debido al hambre o al maltrato físico. …Igual que en el campo para mujeres rusas, las palizas estaban a la orden del día. Estas condiciones de vida se mantuvieron desde sus inicios hasta el día en que llegaron los norteamericanos.’” (Sereny, 569)

            "De acuerdo a los registros de las compañías comerciales dueñas de familias en tiempos de guerra, la preocupación era que ‘las armas automáticas eran las armas del futuro’, y usaban el gran prestigio del nombre Krupp para reclutar en Auschwitz a los prisioneros –hombres, mujeres y niños- para las labores pesadas en sus almacenes. Estableciendo un ejemplo de energía y de negocios, el Essen Konzernefused dio vuelta atrás tan pronto el ejército, inquieto ante la proximidad de la llegada del frente oriental, se negó a fabricar allí armas automáticas. Los propios registros de esta compañía muestran que Krupp propuso que el edificio de la fábrica, íntegro en Auschwitz, se usara para la producción de partes de aviones y detonadores para cápsulas de bala, ya que de momento la fábrica de fundición Essen había sido bombardeada.

            "El punto clave que influyó en esta decisión es nuevamente la disponibilidad de trabajo en el campo de concentración. Por esta misma razón, Krupp se opuso a la propuesta de emplear a trabajadores alemanes. Cuando el ejército quiso darle el contrato de los detonadores a otra firma, Krupp se negó violentamente resaltando la conexión que ésta tenía con el campo de concentración de Auschwitz. Para un extraño, las implicaciones de este asunto están claras, y se reflejan en la terrible reputación de Krupp en el extranjero. En Alemania su imagen es muy diferente." (Manchester, 5)

****************

mi ensayo


     Alfried Krupp era sobrino de mi abuela. En 1903, a la edad de diecisiete años, la madre de Alfried, Bertha Krupp, “fue designada dueña y cabeza del negocio de la familia: el Fried. Krupp A.G. (Inc.)” en Essen, Alemania, también llamada: “la Armería del Imperio (Waffenschmiede des Reiches)”. (Manchester 244). Mi abuela, Barbara von Wilmowsky, era la única hermana de Bertha Krupp y era la menor.

     El nombre Krupp ha sido hasta el día de hoy, admirado e idealizado. Transmitía poder, influencia y seguridad social para sus trabajadores. Además, esta empresa era y es conocida y apreciada como la mayor proveedora de trabajo para un gran número de personas. Nací en 1950 y crecí en Essen –donde siempre ha estado la casa de la compañía Krupp y su centro de operaciones— sin saber nada acerca de su pasado ni de lo que había ocurrido durante la guerra.

     La compañía y el nombre Krupp formaron gran parte de mi vida, ya que mis abuelos maternos, los Wilmowskys, habían llegado desde Alemania Oriental después de la ocupación rusa, y tuvieron la oportunidad de vivir en el mismo terreno de Krupp, solo unos minutos más lejos de la casa de mis padres. A menudo los visitaba entrando en el gigantesco y bello parque con su majestuosa casa tipo castillo llamada Villa Hugel, donde mi abuela había crecido. Después de la Guerra, nadie vivió allí; no obstante, empezó a ser usada solamente para ocasiones sociales, o como lugar de encuentro donde se celebraban eventos culturales y exhibiciones. Mis abuelos eran los últimos miembros de esa familia que vivió aquí durante sus últimos años de vida; dicho de manera más sencilla: “en la casa de ladrillos color terracota al lado de la Villa Hugel, donde una vez se encontraba la casa del guardián”. (Manchester 801) Yo respetaba a mi abuelo y su presencia me era grata: disfrutaba mucho nuestras conversaciones y también tocar el piano para él.

     A pesar de la continua presencia de mis abuelos, su pasado, el nombre Krupp y todo lo que esto implicó en nuestras vidas, mi madre impuso un estricto tabú acerca de nuestra conexión con la familia Krupp. Por unos 33 años, mantuve un silencio total acerca de mi relación con esa parte de mi familia y de mi vida.

     Cuando cumplí veintiocho años, mi primer esposo, nuestros hijos y yo nos mudamos de Essen a Chicago. Hacia el final de unos seis años de estadía en esa ciudad norteamericana, mientras estaba en terapia, experimenté la necesidad de buscar y aprender más acerca de mi propio pasado y el de mi familia. En la biblioteca del College Spertus, encontré y me atreví a leer por primera vez la declaración final de Alfried cuando fue juzgado en Nuremberg. Me sentí conmocionada, horrorizada e impactada por su tono repulsivo, su arrogancia y su falta de arrepentimiento. Luego, encontré la misma arrogancia en otros documentos y declaraciones de Alfried Krupp. Por ejemplo, a continuación está su affidávit de 1945:

     “Nosotros, los ‘kruppianos’ no somos idealistas sino realistas. Tuvimos la impresión de que Hitler iba a proporcionar un saludable desarrollo a nuestro país Y de hecho lo hizo. El sistema del partido anterior estaba fuera de control… Los ideales no existen. La vida es una lucha por ‘sobrevivir’, por el pan y por el poder… En esta ardua lucha necesitábamos un fuerte y duro liderazgo. Hitler nos proporcionó ambos. Años después de su dirigencia, todos nos sentimos mucho mejor. Yo digo que todos los alemanes apoyaron a Hitler. La mayor parte del país se mantuvo en pie tras su gobierno. A lo mejor esta fue nuestra debilidad. Breve tiempo atrás estuve leyendo los discursos de Churchill, y noté cómo tenía que defender constantemente sus políticas contra el criticismo de los partidos llegando incluso a cambiar muchas de ellas. A nosotros no nos ocurrió eso. Pero, básicamente, eso tampoco cambió mucho las cosas. Toda la nación apoyó las líneas principales de gobierno que Hitler perseguía. A nosotros, los kruppianos, nunca nos ha preocupado mucho la vida. Lo único que queríamos era un sistema que funcionase bien y que nos diera la oportunidad de trabajar sin ser estorbados.” (Poliakov 36)

     Después de esta experiencia, me interesó mucho conocer más acerca del holocausto. Así que en 1983 y 1984 durante los meses finales antes de que tuviese que regresar a Alemania, me anoté en una clase llamada Encuentro con el Holocausto. Esta experiencia marcó mi viaje de inicio hacia el conocimiento de mi pasado familiar.

     Cuando el profesor empezó a hablar acerca de Auschwitz, uno de los primeros hechos que mencionó fue el de los constructores. Se levantó y escribió dos nombres en la pizarra: I.G. Farben y Krupp. Al escuchar el firme sonido de la tiza al escribir en la pizarra el nombre de Krupp, sentí que la tierra se abría bajo mis pies. La incredulidad y la vergüenza me abrumaron. A pesar de que conocía con certeza los juicios de Nuremberg, y de que mi tío había sido juzgado y sentenciado allí, no tenía idea del porqué había sido enjuiciado, de qué había sido acusado o de cualquier otra cosa acerca de su historia y la culpabilidad de la compañía Krupp durante los años de la guerra.

     El completo silencio acerca de lo ocurrido en los años después de 1945, y sobre el papel que muchos padres y otros miembros de la familia jugaron durante el régimen de Hitler y la guerra, era y ha permanecido como una tragedia común en muchos hogares alemanes. Afortunadamente, en mi caso, yo podía estudiar y conocer a través de los libros esta parte de mi historia familiar. La atmósfera de permanente silencio en los hogares era conspiratoria; pesaba como una gruesa manta sobre la mayoría de los niños y jóvenes después de la guerra. A estos les enseñaban a no preguntar nunca. Por esta razón muchos de mi generación se convirtieron en ciegos, desinformados e ignorantes tal como me sentí yo misma aquel día en la clase.

     Cuando Alfried Krupp llegaba a las reuniones familiares, pude percibir que era recibido con una variedad de sentimientos encontrados: respeto, pena, asombro y reverencia. Cuando niña me enseñaron que él era una víctima: había sido sentenciado en Nuremberg en lugar de su padre quien estaba enfermo. En mi familia y en otras partes, lo consideraban como un mártir. Según escribe William Manchester en “Las armas de Krupp”: “…persuadió a millones de alemanes el hecho de que el acusado más destacado de 1948… era un mártir de su patria.”
(652)

     Creo que mi tío no cargó con la responsabilidad de las decisiones tomadas en tiempos de guerra, ni de las acciones de la compañía. Sin embargo, mientras más leí y aprendí, más clara se me hizo la idea de que había estado involucrado en el manejo de las decisiones de su compañía desde que empezó la guerra. Después del 31 de marzo de 1942, Alfried Krupp “se convirtió en Director de Directores de la firma: Vorsitzender des Vorstandes. Y de acuerdo con sus propios archivos, él…… asignó prisioneros judíos de campos de concentración a muchos lugares diferentes…” (Manchester 10)

     Finalmente, en 1943, Alfried Krupp se convirtió en único dueño. De ahí en adelante, asumió toda la responsabilidad. Su implicación en una horrenda, inescrupulosa explotación de seres humanos a través de un trabajo esclavista, incluyendo ciudades ocupadas –usando decenas de miles de trabajadores civiles masculinos, prisioneros de guerra y prisioneros de campos de concentración— fue justificada después de la guerra, alegando que si no hubiese seguido las órdenes recibidas, hubiese perdido su vida. Pero, incluso, hasta este alegato resultó no ser verdadero:

     “Auschwitz ha sido mencionada. El rol de Krupp allí no es defendible bajo ningún estándar civilizado; fue, entre otras cosas, una violación fragante de las leyes de trabajo de Alemania. Alfried no podía argumentar después, tal como hicieron los guardias uniformados, que le habían dado la opción de obedecer las órdenes de oficiales superiores o de estar dispuestos a morir. El mismo Führer no le pidió aprovecharse de las víctimas de Auschwitz. Él las explotó voluntariamente.” (Manchester, 450)

     En 1950, mi abuelo Thilo von Wilmwosky, quien cuando joven había estudiado leyes –y quien se enfureció, según la observación de Manchester, por “cualquier crítica en la que estuviera implicado el nombre de la familia” (802), sea contra él o su esposa-- escribió un libro: Warum wurde Krupp verurteilt? (¿Por qué Krupp fue condenado?), en el que defendió apasionadamente la compañía de Krupp y Alfried por sus acciones durante la Segunda Guerra Mundial. El destino de mis abuelos fue muy diferente y difícil: fueron arrestados después del intento de asesinato a Hitler, en el cual ellos no estaban involucrados. Mientras mi abuela permanecía dos meses en la cárcel, siendo liberada después del juicio, mi abuelo estuvo prisionero en el campo de concentración Sachsenhausen durante los últimos años de la guerra. Su ‘crimen’ residía en haber escrito cartas criticando las SS y en haber tratado de ayudar a una persona judía.

     Mi abuelo sobrevivió. Su destino trágico durante el final de la guerra lo elevó más allá de toda crítica. Cuando niña, las experiencias con mi abuelo y todo lo que escuchaba acerca de él forjaron en mí una firme idealización y reverencia hacia su persona. El amor que sentía por él era auténtico y profundo debido a su naturaleza suave, paciente, bondadosa, inteligente y amable. Además, siempre estaba interesado en lo que yo hacía y se lo tomaba seriamente. Tenía dieciséis años cuando murió y sin embargo, nunca he cuestionado o preguntado acerca de su pasado.

     “Pero, ¿por qué el empleo de prisioneros KZ debe ser considerado como una ofensa criminal en toda su circunstancia? De todas maneras a estos prisioneros les había sido robada su libertad, no importaba si estuvieran trabajando en una fábrica o no… Los jueces no podían haber permanecido en la ignorancia, acerca de los notables esfuerzos realizados por la planta Silesian-Krupp, y de lo que esto significaba para los judíos; particularmente, que salvarían sus vidas en caso de tener éxito. Para muchos prisioneros la alternativa era: ser usados en la producción industrial o en los campos de exterminio. No obstante, el juicio halló culpables de crimen a los industriales quienes proveían a los prisioneros una oportunidad de sobrevivir.” (Wilmowsky,192) (Traducción de la autora del alemán al inglés)

     Cuando, ya era una mujer de 35 años, finalmente leí el libro de mi abuelo por primera vez. Sentí una gran decepción, incredulidad e indignación. ¿Cómo pudo defender apasionadamente crímenes inexplicables? Estaba conmocionada y profundamente triste. No podía creer en aquel engañoso y falso “argumento” –distorsionando la realidad— de que el Berthawerke en Auschwithz había salvado vidas humanas. Más aún, había presentado la locura de Hitler y el crimen de una ‘guerra total’ como un sencillo asunto relacionado con la realidad moderna:

      “El juicio en el proceso Krupp ha… usado el concepto de “pillaje” como si el mundo durante los años de la guerra de 1939 a 1945 estuviese en el estado en que estaba en 1907, como si la Segunda Guerra Mundial hubiese sido dirigida siguiendo el estilo de la guerra de 1870/71. Obviamente, esto implica que la frase ‘guerra total’ es una propaganda del Socialismo Nacional, y no un hecho real duro y elemental separado de todas las ideologías.” (Wilmowsky 108) (Traducción de la autora del alemán al inglés)

     Mi abuelo también veía falsamente la segunda guerra mundial —empezada por Hitler y la agresión alemana, apoyada voluntaria y sumisamente por alemanes entusiastas y obedientes— como una guerra librada, según él, por la “necesidad de una existencia desnuda” (Wilmowsky 109)

     La clase del Holocausto me permitió ver con mis propios ojos, conocer hechos, hacer las preguntas que tuviese, y —en papel escrito— encontrar y expresar los sentimientos, cuestionamientos y pensamientos que había enterrado por completo en mi interior. Comprender la verdad me permitió desenterrar estas preguntas. Por consiguiente, me embarqué en un viaje continuo hacia un mayor conocimiento del Holocausto.

     Esta clase tuvo un profundo impacto en mi vida. Busqué verdaderamente en mi interior para encontrar lo que sentía y pensaba acerca del Holocausto, y cómo esto me afectaba. Y por primera vez en mi vida, pude expresar mis pensamientos y sentimientos libremente a través de la escritura. Donde nada más había cargado confusión y miedo —sentía algo pegajoso, como si fuese una masa oscura de brea en mi interior y en mi cerebro— ahora había empezado a aclararse, permitiendo la entrada a la honestidad y a la verdad.

     Con el tiempo, pude comprender más y más acerca de la participación de mi familia en la guerra, y a manejar los hechos históricos superando la ceguera y el silencio impuestos. Más adelante, tuve que lidiar con las fuertes respuestas emocionales que muchas veces me agobiaban. Estas reacciones fueron el resultado del descubrimiento de ciertas verdades sorprendentes, de sentimientos no resueltos, y de mi indignación y desesperación sobre un medio ambiente que no deseaba que yo preguntara, pensara, sintiera, conociera y hablara con libertad.

     Al principio, confundida por el miedo y por mis conflictos emocionales, apenas podía leer, menos comprender, la información acerca de la historia de mi familia. Primero, tuve que conocer y luchar con mis propios sentimientos: me tomó años permitirles revivir en mí, para poder entender y aceptar, trabajar y convivir con ellos–aprendiendo por qué estaban ahí, de dónde venían y qué significaban— antes de que mi intelecto pudiese procesarlos y lidiar con lo que iba conociendo.

     En mi interior, sentimientos básicos y fundamentales tales como la verdad, la lealtad y el amor, se debatían con otros de incredulidad, conmoción, protesta, ira y desesperación. Una fuerte sensación de miedo y ansiedad fueron mis constantes compañeros a través del proceso de aprendizaje, de cambio, y del inicio de la quiebra de mi silencio —primero, solamente en mi interior— luego, por escrito, y después en su publicación. Sentimientos acerca de lo que amaba y de lo que me había enorgullecido de los miembros de mi familia, mi cultura y mi país, luchaban entre sí y a menudo sucumbían ante la vergüenza, el dolor, la desilusión, la tristeza y la pérdida.

     La lealtad y el amor me cegaban una y otra vez. Igual ocurrió con los prejuicios y los esquemas de pensamiento y sentimientos que habían sido programados en mi interior (muchos de generación en generación). Descubrirlos me llenó de tristeza y vergüenza. La única forma de superar esos esquemas era mirándolos a través de la verdad, cuestionándolos y juzgándolos, lamentando y protestando mi propia ceguera y sumisión a ellos. Sin embargo, muy lentamente, solo paso a paso, pude analizar los argumentos, ver a través de las distorsiones, racionalizaciones, acusaciones y mentiras, y tratar de encontrar la verdad y mi propio punto de vista. Eventualmente, descubrí que la verdad, en la vida y en la realidad misma, eran muy, muy diferentes a lo que me habían enseñado.

     Llegué a darme cuenta de que habiendo crecido en la atmósfera de la posguerra alemana, ciertos puntos de vista siempre serían muy dolorosos y confusos para mí. La conmoción, la tristeza y el duelo que sentí y experimenté por las víctimas y por los crímenes cometidos por los alemanes, incluyendo los miembros de mi propia familia, durante la Segunda Guerra Mundial, eran sobrecogedores. La experiencia de crecer entre los alemanes, quienes habían enterrado su pasado sin enfrentarlo, también forma parte de mí. El legado de silencio que dejaron se convirtió en una carga terrible para la siguiente generación.

     Apenas existen escritos de psicología acerca de esta generación de alemanes. Mientras trabajaba con mi propio pasado con un psicoanalista judío durante los años 1983 y 1984 por unos dieciocho meses, la carga del pasado nazi y sus consecuencias, que pesaban sobre mi familia y mi país, se manifestaban una y otra vez en mi interior. En esa época, mi terapeuta no pudo encontrar información alguna acerca de los problemas que mi generación enfrentaba.

     En 1989 un psicólogo israelita, Dan Bar-On, investigó sobre el impacto psicológico de este silencio en una entrevista realizada con “los hijos e hijas de mediana edad de la generación Nazi” (El Legado del Silencio). Observó que “abundaban los escritos en psicología con cuantiosos datos de resultados de investigaciones e informes acerca de los hijos, incluso nietos, de los sobrevivientes. Pero apenas pude descubrir una palabra acerca de los perpetradores y su descendencia”. (9) Mientras leía este libro me di cuenta de que a través del duelo y la confrontación de la historia de mi familia, parte importante de mi propia identidad, podía romper el Legado del Silencio. Una puerta hacia un contacto conmigo misma más honesto, una puerta hacia mis propios pensamientos y sentimientos (los cuales tenían que ser reprimidos para no romper el equilibrio de mis padres), y una puerta hacia mi verdadero yo, todas ellas se habían abierto.

     Este proceso ha transformado mi vida en los últimos quince años. Me he desarrollado y crecido en una forma que refleja enormemente lo que considero ahora verdaderamente importante. Valores y prioridades antes escondidos en mí, ejercen más y mas influencia, permitiéndome honrar la vida ya sea la mía o la de otra persona. Este viaje de regreso a Essen desde Chicago, me obligó a enfrentar con honestidad mi primer matrimonio, mi familia y mi país. Me di cuenta con dolor, que dentro de esos lazos, no podía encontrar o llenar lo que yo consideraba que tenía sentido, y era importante y valioso acerca de la vida. Chicago representó la experiencia de poder “respirar” libremente con mi mente, mi corazón y mi alma. Luego de ocho años de permanencia en Alemania, cuando mi hijo más joven había partido hacia la Universidad, volví sola a Chicago donde todavía estoy tratando de construir una vida completamente diferente para mí.

     Uno de los momentos más conmovedores de mi terapia ocurrió cuando mi terapeuta regresó de un viaje a Israel. Me contó acerca de su visita a Yad Vashem, el monumento israelita en honor al Holocausto. En una pasillo largo y grande accesible a todos los visitantes, caminando por una senda a su alrededor, me describió los nombres de Auschwitz Bergen-Belsen, Treblinka y los otros campos de exterminio grabados en el piso. Me dijo que mientras estuvo allí de pie también pensó en mí dándose cuenta de repente de que: “Usted también ha sufrido”, expresó con sus propias palabras.

     Unos cinco años más tarde, viajé a Israel y me detuve en el mismo lugar, pensando en cómo la terapia me había abierto la puerta hacia mi propio camino, para recuperar la habilidad de vivir el duelo, de sentir, de recordar, de conocer hechos y de cambiar. Finalmente, la terapia, —no solo literalmente, sino también en sentido metafórico— me condujo hacia el mismo sitio: a Yad Vashem y a la capacidad humana y básica, derecho fundamental, deber y responsabilidad, de ver y lidiar con mi pasado.

     En su libro “El Gran Silencio”, Gabriele von Armin escribe acerca del peso del silencio sobre la siguiente generación alemana:
     “Con sólo mirar hacia atrás, sé que mi intención exacta era la de entregar el gran silencio del malestar emocional, y de sentir dolor para poder vivir la vida en vez de estar entumecida y petrificada”. (Mi traducción del alemán al inglés)

     “¿Cómo puede usted lidiar con el pasado? Un hombre sabio me dijo: ‘lidiando con él’. Y esto es lo que he tratado de hacer… No hay receta, no hay resultados, no hay catarsis. No existe final. Nunca termina. No puede liberarse de él, no puede ser sustraído de él; sin embargo, a pesar de todo, uno sí puede vivir, y más que todo: amar. En este año de lectura, de escucha y de silencio no he logrado liberarme del pasado. Por el contrario: ha sido provechoso.” (Armin 8) (Mi traducción del alemán al inglés) Esta ha sido también mi experiencia en este viaje por más de quince años.

     La búsqueda de mi pasado familiar es continua. En el caso de la parte Krupp de mi familia, pude conocer y encontrar todos los hechos a través de los libros, pero hay otras partes del pasado de mis padres que hasta la fecha se mantienen enterradas bajo una gruesa manta de silencio. Por ejemplo, no conozco ningún hecho acerca de los tres inviernos en guerra, que mi padre pasó como soldado alemán en Rusia. Toda su vida, y lamentablemente hasta llegar a la vejez, sus experiencias, y sospecho que su culpabilidad, siempre lo persiguieron. Nunca quiso lidiar con su pasado, triste realidad que terminó destruyendo su vida, convirtiéndose a su vez en una carga para sus hijos. Cuando pienso en mi padre —un hombre que amó la vida con pasión— la imagen que recuerdo es la de un hombre encorvado, su espíritu destruido, y su mente absorta en un silencio interminable.

     Aunque mi familia nunca mostró, de manera abierta, simpatía por Hitler ni por el socialismo nacional luego de la guerra, y los temas de historia se podían hablar con cierta libertad, cualquier intención que yo tuviera de hablar abiertamente con mis padres acerca de sus vivencias durante ese tiempo era recibida con silencio, terminaban con una respuesta evasiva, o hasta en forma de un duro y crítico comentario, juicios o ataques verbales. Desalentaban por completo el deseo de preguntar. Mis padres levantaron a su alrededor un muro inquebrantable e imposible de traspasar por  cada uno de nosotros.

     Luché por muchos años contra la decepción de no haber sido honesta, o de no haber podido conversar abiertamente, o de haber tenido mejores relaciones con mis padres. Ellos decidieron no ser honestos consigo mismos. En vano deseé profundamente que la vida me hubiese dado la oportunidad de tener una relación diferente, y de encontrar otra forma de comunicación con mis padres. Sólo algunos alemanes de mi generación han tenido ese privilegio, y para mí, sus historias son muy conmovedoras.

     A pesar de haber observado serios problemas en muchos alemanes, como resultado de su inhabilidad de mirar honestamente a su familia y a su historia personal, me he dado cuenta de los alentadores y esperanzadores cambios en su sexta generación. Por ejemplo, en Essen la Sinagoga Antigua —que fue casi totalmente destruida durante el Kristallnachtand, cuando fue usada después de la guerra como un museo para diseño industrial, incluyendo los productos Krupp— fue restaurada y reconstruida durante la década de los ochenta. Ahora se ha convertido en un centro cultural y de investigaciones que maneja aspectos del pasado de Essen, los cuales hasta ese momento habían estado cubiertos por una gruesa manta de silencio.

     Siguiendo con mi terapia, regresé y viví en Essen por cuatro años donde participé en algunos trabajos e investigaciones. En la Sinagoga Antigua existe un viejo proyecto que se basa en redactar memorias históricas formales, que son guardadas en cajas especiales, acerca de familias judías que vivieron en Essen. De esta manera, se conservan los registros de muchos judíos cuyas vidas fueron tan destruidas como lo fueron sus trágicos destinos. Conocí a Beth Ellen Rosenbaum en 1986, la hija de un sobreviviente del Holocausto, Kurt Rosenbaum. Había llegado desde Nueva York a averiguar qué había ocurrido con sus abuelos. Trabajé con ella, e investigué independientemente el destino de sus abuelos. Finalmente, se redactó una memoria histórica, y se agregó a las demás guardadas en la Sinagoga. También pude convencer a la Fundación Krupp de patrocinar el catálogo de una exhibición de muñecas únicas, confeccionadas por Edith Samuel, quien pudo emigrar a tiempo de Essen a Israel. Su padre, Rabí Salomón Samuel, había sido un gran contribuidor en la planificación y construcción de esa Sinagoga.

     Con un sentimiento de alivio y liberación, puedo recordar en especial una exhibición en la Sinagoga Antigua realizada por una clase de secundaria escolar. Los estudiantes trataron de descubrir cuántos prisioneros extranjeros y esclavos estuvieron en campos en Essen. La clase escribió acerca de ellos, dibujó mapas, compartió y mostró toda la información que pudo encontrar. Creo que sólo la tercera generación podrá mirar y manejar el pasado Nazi. Esa generación es mucho menos inhibida que sus generaciones previas, y es mucho más honesta y abierta confrontando el pasado.

     La pared de silencio que hemos enfrentado, tanto los de la segunda generación como yo, fue una profunda parte formativa –y en mi caso, completamente invisible e inconsciente por largo tiempo— de mi propio pasado personal. En la película “Dark Lullabies”, una mujer alemana joven, Susanne Holman, habla acerca de los aspectos que cambiaron en su interior cuando descubrió el pasado de su pueblo. Ella afirma: “me sentí estafada por mi propia historia. Viví aquí por veinte años, pero he extrañado parte de la historia que pertenece al lugar. Nunca he hablado de esto con nadie, pero he aprendido a hacer preguntas acerca de este tema. Y aunque fue un descubrimiento importante para mi, destruyó, hasta cierto punto, mis sentimientos por lo que había sido mi hogar.

 Lo que me duele acerca de la generación de mis padres no es el hecho de que debieron ser mejores o diferentes personas. Enfrentados ante circunstancias de la vida inimaginables, ahora sé que tomaron decisiones, las cuales en ese momento de sus vidas estuvieron condicionadas por su personalidad, el ambiente, la cultura, la familia y la formación nacional de cada uno de ellos. No obstante, después de la guerra, me hubiera gustado haber sido testigo de muestras sinceras de dudas personales, de un crecimiento de conocimiento propio, de cambios subsecuentes, de alguna expresión de duelo, arrepentimiento y remordimiento en un intento de cambiar o mejorar las oportunidades de conocer y ver, a beneficio del desarrollo de la siguiente generación.

     Independiente de los diferentes puntos de vista que las personas mantuvieron acerca de lo que contribuyó al ascenso del Socialismo Nacional de Hitler, hubiera deseado haber visto intentos de enmiendas, y que se aseguraran de que ciertas actitudes y conductas no sólo fueran cuestionadas sino que además fueran excluidas. Al crecer, deseé haber escuchado las palabras: NUNCA VOLVERÁ A OCURRIR.

     A mi regreso a Alemania, sentí confusión y dolor al darme cuenta de que la comunicación se había cerrado y de que las paredes se habían levantado –hasta con las personas que sinceramente condenaban y criticaban el Socialismo Nacional y la tiranía- cuando se trataba el tema de sus historias personales y familiares, evidenciándose tan pronto la conversación trataba áreas que conllevaban cargas del pasado. También pude darme cuenta de que las personas, no importaba qué tan abiertas y liberales fueran sus puntos de vista, no eran capaces de escapar de los patrones emocionales y conductuales establecidos y programados en sus mentes y en sus almas (no solamente por las generaciones anteriores a Hitler), y que fueron explotadas y fuertemente reforzadas con profundidad durante el nazismo y su propaganda. Acerca del libro de Albert Speer, Su batalla con la verdad, Gitta Sereny escribe lo siguiente:

     “A él le faltaba una dimensión: la capacidad de sentir, la cual había sido borrada en su infancia. Esta circunstancia no le permitía experimentar el amor, por lo tanto, su recurso era sustituirlo por la vía del romanticismo. Pena, compasión, simpatía y empatía no formaban parte de su vocabulario emocional.” (719) Pude comprobar la certeza de esta afirmación en mis propios encuentros dolorosos con la primera y segunda generaciones en Alemania, especialmente después de mi despertar en Estados Unidos.

     Bajo el gobierno de Hitler, las personas estaban profundamente formadas y programadas a través de una ideología de dureza, sin piedad y crueldad, que debía ser aplicada hacia uno mismo y hacia los demás: el legado de Hitler. Estas actitudes y patrones conductuales permanecieron como influencia dominante y como fuertes corrientes ocultas en las psiquis de las personas después de 1945. Muy a menudo estas corrientes están bien escondidas tras una fachada democrática que aparenta lidiar falsamente, de manera abierta, con el pasado. Me di cuenta de que la crítica intelectual del Socialismo Nacional no iba de acuerdo con la honestidad y el crecimiento emocional.

     El antisemitismo que ya existía antes de Hitler, una forma muy aceptada de prejuicio y odio, no pudo ser expresado abiertamente jamás después de 1945. Sin embargo, yo podía percibir y entender que la actitud básica en muchas personas no había cambiado, sólo estaba oculta debido a que después del Holocausto muchas personas no se volvieron a atrever a ser abiertamente antisemíticas. Era un silencio que no dio señales de la verdadera ausencia del antisemitismo, y que no fue el resultado del conocimiento y del crecimiento personales. Escuché nuevos chivos expiatorios como el de los Estados Unidos, que fueron acusados y rechazados, y muchas veces asociados, a la influencia judía.

 Durante el régimen nazi, conductas equivocadas y hasta criminales se convirtieron en la norma aceptada y establecida. Incluso hasta después de la guerra, la conducta criminal e inhumana era a menudo excusada, defendida, disminuida, ignorada o gentilmente ridiculizada. Las personas raramente asumían una posición clara e inequívoca, afirmando lo que era correcto y lo que era incorrecto en las interacciones humanas. Crecí y viví entre personas que a menudo excusaban la conducta y las acciones que eran equivocadas e incluso malas.

     Eventualmente, me di cuenta de que esta atmósfera, entre otras cosas, creó un agujero negro en mi interior en donde debió haber habido un código moral o una conciencia.

     Cuando percibía que era malo realizar cierta acción, tenía generalmente opiniones opuestas en mi interior que cuestionaban lo que veía, pensaba y sentía. Estas deliberaciones debilitaron mi voz interior, creando confusión en mi mente, y no solo me causaron inseguridad, sino que me convencieron de que había algo malo en mi propia y verdadera expresión, en mi voz interior, en cómo veía y experimentaba, pensaba y sentía lo correcto e incorrecto, lo malo y lo bueno. Ahora tengo mayor habilidad para elaborar y expresar opiniones reflejando mis convicciones internas, y a actuar según ellas.

     Cuando llegué a Chicago a la edad de 28 años, me sentí viva, y podía conectarme más y más con la vida y con la gente que me rodeaba. Vivir allí hizo que me diera cuenta lo sola que me había sentido en Alemania: como una extranjera en mi propia familia mientras crecía. En los Estados Unidos, había empezado a vivir en una cultura donde el silencio, que había sido parte de mi vida, ya no existía. No solamente me preguntaban acerca del pasado, sino que aquel ambiente libre y desinhibido sacó a flote en mi interior preguntas y sentimientos no sólo acerca del pasado, sino también de cómo vivía y había llevado mi vida. Eventualmente, mi viaje hacia la vida empezó cuando reconocí y confronté en mi interior el silencio emocional, con la ayuda de otro ser humano.

     Necesité apoyo para superar las paredes del silencio edificadas dentro de mí: conquistar mis miedos, prejuicios, mis patrones mentales y las cargas que sin saber había respirado como aire hasta ese momento. Con tristeza tuve que darme cuenta de que las relaciones más importantes en mi vida habían estado basadas en mis miedos internos, los cuales habían provocado que brotara en mi el silencio, la sumisión y el acatamiento. Lamentablemente, el final de mi silencio interior y el intentar hablar me condujeron a un inmenso conflicto. Con el tiempo, tuve que aceptar el hecho de que no podía cambiar esas relaciones de manera unilateral.

     Alimenté aquellas relaciones y las amistades donde podía ser libre, honesta, abierta, y era apreciada aunque no por mi silencio, sumisión o agradabilidad, sino por mi espíritu y sinceridad. Esas amistades se convirtieron en la fuente de mi vida e hicieron posible que aumentara la verdad en mí misma hacia la búsqueda, el encuentro y el seguimiento de mi propio camino hacia la vida. También me ha dado gran alegría y satisfacción el apoyo a mis maravillosos hijos en su afán de escuchar y seguir sus propias voces internas, y sus yo verdaderos.

     Veo mi responsabilidad y deber en el ejercicio del don que me ha dado la vida: en el crecimiento, la madurez y el aprendizaje. Para asegurar este desarrollo, he tenido que dejar lugares y distanciarme de relaciones en donde lo que se esperaba de mí era el silencio. He tenido épocas en las que mis jornadas se han vuelto dolorosas y solitarias. No obstante, éstas permitieron que se abriera una puerta hacia la consolidación de experiencias de vida, que hace unos años nunca hubiera creído posible.

     Necesito estar con personas que estén interesadas en escuchar, donde mi voz pueda oírse y mis experiencias puedan ayudar. Sin embargo, mi sentido de lealtad hacia mi familia todavía puede llenarme de miedo, y a menudo entrar en conflicto con mi deseo de apertura e iluminación espiritual. Aún lucho contra los silencios reprobadores –que me paralizaban cuando vivía en Alemania, durante aquellos ocho años en que iba y venía de Estados Unidos— de mi familia, pero sobre todo de mis padres, acerca de lo que escribí y podía publicar, y hacia las cosas que hice tratando de marcar una pequeña diferencia.

     La pregunta tan a menudo lanzada, desafiante y reprobadora, a mi generación por la generación de nuestros padres era: ¿qué hubieras hecho tú?, la puedo contestar únicamente con mi propia vida. Veo mi vida como si estuviera al servicio de superar los silencios, tanto dentro de mí como a mi alrededor. Por esta razón, aprecio profundamente esta oportunidad de traspasar la pared de silencio que tuve que enfrentar mientras crecía. Ser parte de Second Generation Voices (Voces de la Segunda Generación), para que mi jornada pueda ser compartida con los demás, es una experiencia conmovedora.

 

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bibliografía


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Wilmowsky,Thilo von. Warum wurde Krupp verurteilt? Legende und Justizirrtum. Düsseldorf: Econ Verlag, 1962.

 

© Bárbara Rogers

Traducido por Adriana Miniño

 

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Screams from Childhood